Tengo que
imaginarlos,
aunque algo
falte:
la camilla de la Cruz Roja, carretas de
mulos,
el
desvío a Collioure,
a
Argelès,
cercados en la playa, sin lona ni manta,
escarbando camas en la arena,
un
chusco de pan, una lata de sardinas
a veces.
Tratáronlos más mal que dios, dice mi
abuelo. Piensa en
Camilo, su padrino, ciego de mortero,
de
Argelès a una granja de Toulouse.
Camilo
distinguía la faba buena por el tacto,
distinguió cálculos, teorías, rumor a
rumor
hasta el verdadero:
Parkinson
úlcera/
fracaso
renal/
neumonía/
heces
y al fin
la muerte del expulsor,
el agraciado,
el perro de sacristía.
Y Camilo en el valle, otra vez,
ciego
guiaba
a mi abuelo de memoria, recordábalo todo,
La
Felguera toda, intacta cada calle, cada chigre,
cada casa tirada,
echaba
a andar su mapa
contra los años de baja paz, de guerra
acurrucada, de ronquidos.
Fruela Fernández, Una paz europea. Ed. Pre-textos, 2016
Imagen: Robert Capa
Música: Como tú, Paco Ibáñez
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